Donald Trump regresa a la Casa Blanca para cumplir su segundo término como Presidente de Estados Unidos. Luego de los meses de especulación política en la campaña presidencial, se comienzan a construir previsiones más certeras respecto a las rutas por tomar en la agenda doméstica y exterior de la nueva administración. Si bien la retórica del hoy mandatario siempre dejó entre ver su proyecto para el país, una vez pasada la toma de posesión las decisiones tomadas en los escenarios mencionados son propensas a estar sujetas a las condiciones en las que el país se encuentra. Por lo que algunos elementos de su discurso pasan a ser plataformas propagandísticas y las acciones de interés nacional comienzan a tomar en cuenta factores internos y externos que puedan afectar la economía. Siendo esta última la esfera más importante para el funcionamiento de la arena global actual, así como para un gobierno cuyas acciones se ejecutan en función de los intereses corporativistas. Lo que explica la intervención de la élite capitalista en el Estado, quien influenciará el rumbo de los próximos 4 años.
Primeramente, vale la pena analizar el componente internacional para la llegada de Donald Trump. La crisis geopolítica desatada con la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022 puso en riesgo el papel que juega Estados Unidos en el sistema internacional. El reacomodo en las fichas del tablero geopolítico por parte de las distintas potencias amenaza el dominio de Occidente en el comercio global y, con ello, el proyecto económico que había tomado forma desde el fin de la Guerra Fría debilitando un bloque cuyo abanico de cooperación contempla incluso la industria militar. Ante el colapso de las dinámicas intercontinentales tradicionales, comenzaron a emerger las flaquezas de la estructura de poder globalizada de Washington. Aquella misma que necesita de petróleo y gas natural para su desempeño y cuyo abastecimiento para su principal aliado, Europa Occidental, depende estrictamente de los hidrocarburos rusos. Lo que confiere un amplio margen de ventaja para Rusia respecto al ejercicio de coerciones económicas, políticas y de seguridad nacional. Mismas que obligan a una reconfiguración de asociaciones geoestratégicas que terminan por influir el escenario estadounidense doméstico.

Por esta razón, se puede observar la llegada de un actor político que revoluciona el establishment. Dada la volatilidad global mencionada y su incidencia en el escenario doméstico, resulta explicable que la llegada de actores de una ultraderecha antisistémica se instalen en el poder del Estado. En el caso de Donald Trump, éste se posiciona como el referente para romper con el globalismo que hoy afecta la economía de su país, siendo éste el componente doméstico para su victoria. De manera que, con ayuda de herramientas propagandísticas, se promueva un gobierno con posiciones antiglobalistas, proteccionistas, nacionalistas, antimigratorias y del regreso a valores tradicionales cristianos para la composición de la identidad americana. Esa misma que confiere el elemento central de la sociedad para la construcción de un marco emocional donde impere el “excepcionalismo americano”. Un elemento que al que el mandatario hizo énfasis en su discurso de toma de posesión.
Como resultado, la política estadounidense se sumerge en un periodo donde los intereses corporativistas, motivados por un modelo económico neoliberal, configuran la vida pública. La presencia de la clase billonaria, conformada por Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, entre otros, en la investidura revela que serán ellos la nueva cúpula de poder del Estado en la entrante “edad de oro”. Algo que sencillamente se traduce a una oligarquía y que incluso toma por nombre Agencia de Eficiencia Gubernamental. Esa esfera en la que el Presidente Donald Trump deposita el éxito del país en la formación de un nuevo internacionalismo en el que se pretende poner a “América primero”. El nuevo gobierno busca que esto sea posible con la ejecución de proyectos estratégicos en materia de defensa, energía – de ahí la emergencia nacional para el “drill baby drill” que incluso fomenta políticas expansionistas como la compra de Groenlandia – comercio e incluso colonización espacial. Planes que forman parte del movimiento “Make America Great Again” para lograr que Washington retome el liderazgo mundial, algo contradictorio en su denuncia al globalismo.
Sobre tal línea, esto último comprueba que el aislacionismo promovido por la ultraderecha antisistémica es en buena parte una intimidación retórica. El Presidente Donald Trump siempre ha estado menos preocupado por si Washington está comprometido con el mundo y más por lo que obtiene de ese compromiso. Por lo que su discurso se convierte en un llamado a los actores internacionales para cooperar en su proyecto de restauración nacional en medio del surgimiento del sistema internacional multipolar. De ahí sus amenazas a socios como México, miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y países asiáticos. Lo que refuerza, al mismo tiempo, su promesa de que no se podrá tomar ventaja de Estados Unidos, un argumento que aprovecha para denunciar el involucramiento del país en cuestiones internacionales que representan un gasto excesivo, como el financiamiento de la seguridad de Europa frente a Rusia. Claro que, si se habla de Israel, la narrativa cambia. Es evidente que, las contradicciones incrementan a medida de lo que se consigue de regreso.
Adicionalmente, se prevé que las posturas de política doméstica y exterior se vayan moldeando a la par del desarrollo de los eventos en la arena global. Si bien el Presidente Donald Trump ya se dedicó a firmar órdenes ejecutivas en materia medioambiental, comercial, cooperación internacional, migración, entre otras, su interacción con socios comerciales se definirá también por las posturas que éstos adopten. En el caso de México, las respuestas de la Presidenta Claudia Sheinbaum a las declaraciones agresivas que el mandatario ha hecho sobre los migrantes, altos aranceles, crimen organizado y el uso de la fuerza, denota una postura de no sumisión y la invitación hacia una relación de respeto. Ello es un ejemplo de por qué es clave la práctica diplomática para la defensa de la soberanía, la cual el republicano tiende a transgredir discursivamente. Si bien la Casa Blanca, actualmente, es dirigida por manos billonarias, las condiciones internacionales sí influirán en las tomas de decisiones que pueden resultar ser contrarias a los planes previamente establecidos, pero es muy pronto para saberlo.
Mientras tanto, se espera que la retórica de Trump siga siendo agresiva. Es probable que con el dominio del Poder Legislativo se apruebe la mayoría de los proyectos a nivel doméstico impulsados por los corporativos para el refuerzo económico de Estados Unidos. Sin embargo, tendrán que tomar en cuenta el movimiento en las posturas de política exterior de otros actores internacionales para las acciones unilaterales en el extranjero. Si bien con el proyecto trumpista Estados Unidos se perfila para retomar la hegemonía, la cooperación del eje Moscú-Beijing en medio de la alineación que hacen los países hacia un bloque u otro puede socavar la carrera americana a la misma.