Sus votantes aseguran que son una alternativa a la casta de políticos corruptos, al “deep state” defensor del status quo que excluye a la mayoría. Tienen razón, el problema es que son la peor alternativa por su abierta alianza con los “tecnofeudalistas” encabezados por Elon Musk.
Meloni en Italia, Milei en Argentina o Trump en Estados Unidos llegan al poder vendiéndose como defensores de la libertad (sin decir de quién), pero realmente defendiendo a estos nuevos millonarios, enemigos de la democracia y los derechos sociales.
La alianza entre los populistas de ultraderecha y los “tecnofeudalistas” llega a un clímax reciente durante la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Musk, Zuckerberg, Bezos et al, se presentaron como aliados clave del nuevo gobierno, prometiendo impulsar su agenda a cambio de mayores beneficios para sus empresas.
Lo que está en juego es nada menos que el futuro del Estado de bienestar y los derechos sociales que hemos conquistado a lo largo de décadas de luchas. Los tecnofeudalistas, con su riqueza y poder sin límites, buscan desmantelar las instituciones públicas para maximizar sus ganancias, sin importar el costo humano. La motosierra de Milei ahora funcionará con Inteligencia artificial y algoritmos antiestatales, bajo el imperio de la postverdad. Por ello, estos nuevos multimillonarios representan una amenaza directa a la capacidad de los estados de proveer bienes públicos como salud, agua, educación, seguridad o infraestructura ubana.
Un movimiento político que fortalece a la ultraderecha global y pone en guardia a todos los sindicatos, colectivistas y gobiernos genuinamente de izquierda del mundo, cuya capacidad de convotaria a una resistencia de la misma escala se ve lejana y limitada, debido al debilitamiento de décadas de líderes “socialdemócratas” y progres buenaondita que generaron decepción y auyentaron la esperanza.
Los tecnofeudalistas y sus aliados políticos intentarán convencernos de que sus acciones son beneficiosas para el progreso y la innovación, pero no debemos caer en sus engaños ni olvidar que los bienes públicos son pilares fundamentales de una sociedad justa y equitativa. Permitir que se privatice el acceso a derechos sociales y sean controlados por intereses corporativos sería un retroceso devastador para la calidad de vida de millones de personas.
Será importante en los próximos meses y años mantener espacios alternativos de información, comunicación y diálogo social para generar vías de salida que convenzan a la mayoría de la importancia de Estados fuertes orientados a reducir desigualdades.
La amenaza de la alianza tecnofeudalista es real y peligrosa, pero no es invencible. Si quienes tienen una visión humanista se mantienen unidos, organizados y comprometidos con la lucha por la justicia social, podremos detener esta ofensiva ultraliberal.
Es importante recordar que esta no es una lucha contra el progreso tecnológico o la innovación, sino contra la acumulación desmedida de poder en manos de unos pocos. Es posible un mundo en el que la tecnología sea una herramienta al servicio de la humanidad, y no una amenaza para nuestros derechos y libertades.
