La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha sido sacudida por una serie de alertas de bomba falsas que han paralizado sus instalaciones, desde la Facultad de Ciencias Políticas hasta preparatorias como la ENP 6 y 8. Las amenazas comenzaron el 1 de octubre de 2025 y fueron esparcidas por “incels”, una subcultura digital que pretende redimir la frustración personal en actos de terror virtual. Redes sociales vinculan estos incidentes al asesinato reciente de un estudiante en el CCH Sur, presuntamente perpetrado por un incel.
La Fiscalía de la ciudad ha identificado a al menos dos sospechosos, citados a declarar, y su rastro digital revela perfiles saturados de resentimiento misógino. Este fenómeno no es aislado: los incels, autodenominados “célibes involuntarios”, ven en la UNAM un objetivo simbólico para su cruzada contra lo que perciben como un mundo hostil.
La irrupción de estos incels en el ecosistema de la UNAM se evidencia en publicaciones virales que celebran las evacuaciones como “victorias” contra el “feminismo académico”, un discurso que resuena en foros digitales y que ha escalado de memes a amenazas reales. La Policía Cibernética sugiere que los perpetradores podrían pertenecer a una ramificación de los incels denominada “groypers”, con origen en Estados Unidos y Europa.
Usuarios de X han compartido capturas de correos y posts que detallan planes de “ataques simbólicos” para generar pánico, interrumpiendo clases y sembrando desconfianza en la UNAM.
Los incels emergen como una subcultura digital nacida en l2010 en foros como Reddit y 4chan, donde hombres jóvenes, mayoritariamente heterosexuales, se reúnen para lamentar su falta de éxito romántico y sexual, atribuyéndolo a una supuesta “jerarquía” genética o social que los condena a la invisibilidad. Psicosocialmente, esta ideología se arraiga en la soledad amplificada por la era digital: estudios como los de la Universidad de Toronto destacan cómo el aislamiento post-pandemia y el desempleo juvenil fomentan un “efecto eco” en comunidades en línea, donde la validación mutua convierte la vulnerabilidad en rabia colectiva. Antropológicamente, representa una mutación moderna de rituales tribales de exclusión, donde el “otro” –mujeres, “chads” (hombres atractivos)– se demoniza para forjar identidad grupal.
Sus orígenes antropológicos se remontan a narrativas míticas de pureza masculina, similares a las de sectas guerreras antiguas, pero adaptadas al capitalismo tardío: la promesa de meritocracia sexual choca con realidades de desigualdad, generando un backlash que antropólogos como David Graeber vinculan a la alienación laboral en sociedades posindustriales. El atractivo radica en su promesa de empoderamiento a través del victimismo; terapias cognitivo-conductuales, según informes de la APA, muestran que muchos incels en Estados Unidos sufren trastornos de ansiedad no tratados, canalizados hacia ideologías extremas que ofrecen consuelo ilusorio.
El impacto en la UNAM ha sido evacuaciones masivas y la suspensión de clases en al menos 18 planteles, así como un clima de paranoia.
Las autoridades, coordinadas con la Policía Cibernética, avanzan en la desarticulación de estas redes: los dos sospechosos principales enfrentan cargos por falsas alarmas, con penas de hasta tres años.
En un contexto más amplio, estas amenazas incel ilustran la exportación global de subculturas tóxicas: desde tiroteos en EU hasta acoso en Europa, el patrón es el mismo. En México, donde la violencia de género ya es endémica, la irrupción de incels en espacios educativos como la UNAM acelera la necesidad de un debate profundo sobre la brecha entre la promesa democrática de la educación y la realidad de exclusiones digitales que fomentan extremismos.