Gracias el genocidio que Israel está ejecutando contra palestinos, Gaza será un circo para millonarios, con hoteles y casinos alzados sobre los escombros de un pueblo diezmado. Israel y Estados Unidos conspiran juntos en esta farsa colonial; es un ataque directo a la identidad palestina, convirtiendo su dolor en un botín para el Occidente arrogante.
La Franja de Gaza, tumba de resistencias, mutará en una Riviera ensangrentada, de acuerdo a los planes de Donald Trump y Benjamín Netanyahu, ignorando la masacre de hasta 186 mil palestinos (según The Lancet, sólo hasta enero de 2025). Estados Unidos, con su doble moral, arma a Israel y finge defender derechos humanos, un disfraz que apesta a genocidio.
Este plan es un lavado de imagen geopolítico, transformando Gaza de infierno bélico a paraíso turístico para tapar críticas mundiales. Con el respaldo de Washington, Israel pinta su ocupación como progreso, un engaño que insulta a las víctimas.
Tras el glamour, un horror silenciado: niños asesinados, hogares arrasados, mientras empresas yanquis invierten millones en saquear la costa. Es un apartheid descarado, donde ricos occidentales se bañan en sangre palestina.
Estados Unidos, cerebro oculto, financia este colonialismo moderno, aliándose con Israel para arrancar la historia de Gaza. Multinacionales estadounidenses ven un filón en la miseria, mientras tanques aplastan a los desposeídos.
La promesa de empleos es un chiste macabro, con ganancias para élites y migajas para los locales bajo el yugo israelí. Washington paga los tanques que sofocan a quienes osen protestar este robo.
El desarrollo exige más represión, con Estados Unidos aprobando la violencia que asegura el flujo de turistas ricos. Es un negocio sucio donde la libertad palestina se vende por dólares y balas.
La Rivera de Gaza es una distopía imperial, un sueño de Occidente que pisotea la humanidad palestina. Israel y sus patrocinadores yanquis celebran, pero la verdad sangra bajo cada ladrillo.
Aun así, la resistencia palestina arde, desafiando este expolio con una furia que no se quiebra. Cada piedra arrojada es un grito contra el imperio que intenta borrar su existencia.
Este castillo de naipes sangriento tiembla, mientras la lucha por justicia amenaza con derrumbarlo. Estados Unidos e Israel pueden construir, pero no silenciarán el eco de una tierra robada.

