La decisión del presidente Trump de imponer aranceles a México, Canadá y China representa una declaración de guerra económica, política y diplomática sin precedentes hacia sus vecinos y aliados históricos. Esta hostilidad injustificada pone en riesgo no solo las relaciones comerciales, sino también la estabilidad geopolítica mundial.
Trump parece actuar bajo la premisa irracional de que Estados Unidos puede doblegar al mundo sin consecuencias. Sin embargo, numerosos analistas han advertido que estas medidas tendrán efectos negativos en la propia economía estadounidense y fortalecerán a potencias como Rusia y China.
Para México, las opciones son limitadas y complicadas. Una escalada de la confrontación con aranceles recíprocos podría desatar una espiral de represalias. Esperar pasivamente a que Trump recapacite también implica riesgos, al ser visto como muestra de debilidad. Una vía intermedia de respuesta mesurada pero firme, manteniendo el diálogo, parece la más prudente.
Cualquier camino traerá serias afectaciones económicas a corto plazo para México: devaluación, fuga de capitales, caída de inversión y posible recesión. Pero a diferencia de crisis pasadas, esta vez las causas son externas, por lo que la solución depende en gran medida de un cambio de postura de Trump.
La respuesta del gobierno mexicano debe buscar la unidad nacional, el diálogo con la sociedad y los trabajadores, y trazar una visión de largo plazo para reconstruir el desarrollo ante este escenario inédito. Será un camino que requerirá ajustes constantes, decisiones firmes y una actitud de fortaleza y flexibilidad.