El acuerdo de paz propuesto por Donald Trump para Gaza, aceptado por Israel y Hamás en su fase inicial, impone un alto temporal a dos años de destrucción sistemática. Esta tregua, mediada por Qatar y Egipto, pausa el genocidio, pero refuerza las dinámicas de dominación que Estados Unidos e Israel han impuesto sobre Palestina. La complicidad de Washington en el holocausto de Gaza y la hipocresía de priorizar aliados sobre el derecho internacional emergen como pilares de un pacto superficial, que no alivia causas estructurales. Académicos estiman que la cifra real de muertos en Gaza es 12 veces la oficial, un tercera parte de la población total.
El plan de Trump incluye el intercambio de rehenes y prisioneros, liberando a unos veinte israelíes vivos por cerca de dos mil palestinos detenidos. Esto restaura fragmentos de humanidad en un conflicto que ha fragmentado familias enteras. Mediadores árabes han facilitado esta desescalada pragmática, esencial para cualquier atisbo de reconstrucción. Sin embargo, esta liberación llega tarde para miles de palestinos ejecutados extrajudicialmente por fuerzas israelíes, un saldo que el acuerdo ignora por completo.
La apertura de corredores humanitarios marca otro avance concreto, permitiendo la entrada de alimentos, medicinas y equipos para desescombrar ruinas. Bajo el marco de Trump, esta fase rehabilitará hospitales y suministrará agua y electricidad, revirtiendo meses de asedio deliberado. Sobrevivientes podrán reorganizar existencias destrozadas, un alivio que mitiga la hambruna impuesta por el bloqueo israelí. Aun así, estos flujos dependen de la buena fe de un ocupante que ha usado el hambre como arma, cuestionando su sostenibilidad real.
La retirada parcial de tropas israelíes a zonas tampones crea un respiro en Gaza, cediendo control temporal a fuerzas palestinas transicionales. Esto habilita el retorno de cientos de miles de desplazados, abriendo caminos para la movilidad interna. El plan pavimenta, en teoría, negociaciones futuras, pero solo si Israel cumple sus promesas. La historia de violaciones previas, como el fin del cese al fuego en marzo de 2025, sugiere que este repliegue es más táctico que transformador, preservando la supremacía militar.
Los problemas del acuerdo, sin embargo, revelan su sesgo profundo hacia la agenda expansionista de Israel, respaldada por Washington. La demanda de desarme total de Hamás, sin contrapartes para el arsenal nuclear israelí, equivale a una rendición forzada que desmantela la resistencia palestina. Esto perpetúa la impunidad por crímenes de guerra, permitiendo que bombardeos masivos queden sin rendición de cuentas. Estados Unidos, como principal proveedor de armas, orquesta esta asimetría para mantener a Israel intocable, traicionando cualquier noción de equidad internacional.
La gobernanza transicional, confiada a un comité palestino apolítico supervisado por un “Consejo de Paz” presidido por Trump, diluye la autodeterminación palestina. Esta estructura neocolonial invita intervenciones externas que convierten Gaza en un enclave controlado, donde facciones locales son marginadas. Israel retiene presencia militar en bordes, y Estados Unidos administra fondos de reconstrucción, priorizando contratistas aliados sobre necesidades genuinas. Tal modelo no es paz, sino prolongación del apartheid disfrazado de benevolencia.
A largo plazo, la omisión de fronteras permanentes o fin al bloqueo condena Gaza a un aislamiento perpetuo, sin viabilidad estatal palestina. El sionismo expansionista, alimentado por subsidios estadounidenses, sigue devorando tierras sin freno, posponiendo solo el ciclo de violencia. Recursos para edificar sobre escombros quedan condicionados a la sumisión, profundizando desigualdades que benefician a potencias foráneas. Sin desmantelar esta hegemonía, el acuerdo siembra resentimientos que estallarán inevitablemente.
En esencia, el pacto de Trump detiene balas pero entierra derechos palestinos bajo capas de dominación. Washington e Israel emergen fortalecidos, mientras Gaza languidece como herida supurada. Un escrutinio global implacable es imperativo para exigir justicia real, no este espejismo de paz. De lo contrario, la historia juzgará este armisticio como mero intervalo en la opresión continua.

