El 4 de julio de 2025, cientos de personas marcharon desde el Foro Lindbergh en Parque México, denunciando la gentrificación impulsada por nómadas digitales estadounidenses. Organizados por colectivos y vecinos, los manifestantes exigieron soluciones al aumento desmedido de rentas y el desplazamiento. Algunos encapuchados causaron disturbios, atacando negocios, pero la mayoría presentó propuestas claras.
Según la UNAM, la gentrificación transforma barrios cuando nuevos residentes más ricos elevan los costos, desplazando a los locales. En Roma, Condesa y Juárez, las rentas se han cuadruplicado desde 2000, mientras los salarios caen. Unas 400,000 familias han sido empujadas a periferias desatendidas.
Las miles de propiedades de Airbnb en la Ciudad de México priorizan a extranjeros que pagan en dólares, reduciendo opciones de vivienda local. “Mi renta se triplicó porque mi casero prefiere gringos en Airbnb,” dijo un residente. Los manifestantes propusieron regular plataformas y gravar capital extranjero.
El gobierno de Clara Brugada condenó la violencia, pero no ofreció planes concretos de vivienda. Se enfrenta a un dilema: atraer capital global mientras los locales son expulsados. Los nómadas estadounidenses, que inundaron la ciudad tras la pandemia, inflan costos con mínima regulación.
Aunque no son los únicos responsables, los estadounidenses agravan la crisis con su presencia respaldada por dólares. “No es personal, pero los gringos hacen imposible quedarse,” publicó un usuario en X. Los desarrolladores locales y políticas laxas también facilitan el desplazamiento.
La activista Jacaranda Correa dijo que el mercado inmobiliario impulsado por extranjeros daña comunidades y el medio ambiente. Los manifestantes exigieron protecciones para inquilinos y límites a Airbnb. El vandalismo de unos pocos opacó estas demandas, según Animal Político.
La llegada de estadounidenses, sin control político, convierte barrios en enclaves extranjeros. Con el Mundial de 2026 en el horizonte, la gentrificación probablemente empeorará. La marcha expuso una verdad cruda: los locales están perdiendo su ciudad.
El futuro de la Ciudad de México depende de quién la reclame. La protesta del 4 de julio, pese a la violencia menor, amplificó las demandas para frenar el capital extranjero y priorizar a los residentes. Sin acción, la ciudad corre el riesgo de convertirse en un patio de recreo para extranjeros.