Las principales ciudades de Estados Unidos son escenario de movilizaciones en rechazo a la política migratoria impulsada por el presidente Donald Trump, con el título de NO KINGS (no reyes) en un abierto rechazo al autoritarismo del gobierno contra el pueblo.
La respuesta del mandatario, marcada por el endurecimiento de las medidas para la expulsión de personas del país y la militarización de la seguridad, ha sido ampliamente criticada por los riesgos para los derechos humanos, la economía y la estabilidad política en la región. Entre otras locuras el Presidente Trump ha ordenado el despliegue de la Guardia Nacional en California, la entrega de datos a ICE de millones de indocumentados inscritos en MEDICARE, como teléfonos, domicilios, redes, etc., y ha aumentado la realización de redadas masivas en centros de trabajo, escuelas y hasta en comercios, lo que se considera un “uso extremo de los poderes presidenciales”.
Pese a la reacción popular, Trump criminaliza la protesta acusando de alborotadores y reafirmando la intención violenta de expulsar a los indocumentados, separando familias y deportando incluso a ciudadanos norteamericanos por su apariencia, lo que obviamente ha detonado una creciente oposición y consiguiendo un avance en la unidad entre latinos, afroamericanos y asiáticos en contra de los Republicanos.
Un movimiento de defensa del pueblo migrante que el sábado 14 de junio alcanzó más de 2000 manifestaciones en todo el territorio, teniendo como epicentros las movilizaciones de Los Ángeles y Nueva York y que si no tiene puentes de diálogo político podría escalar rápidamente en un enfrentamiento violento entre ciudadanos “blancos” y el resto del país.
El aparente “caos programado” del gobierno de Trump, no parece ser improvisado sino una intención de gobernar con “poderes especiales” bajo el pretexto de la seguridad nacional, debilitando al estado de derecho y con graves consecuencias humanitarias y económicas para los EEUU. Sin embargo, una respuesta no esperada es la respuesta de la comunidad latina, especialmente mexicana, desde artistas, empresarios o líderes sociales, hasta los alcaldes y gobernadores demócratas que tienen su base electoral en estas comunidades.
El conflicto tiene el riesgo de escalar y revela la crisis de identidad interna que puede destruir a los Estados Unidos desde sus entrañas.