El compromiso de Radiohead con Israel refleja una desconexión preocupante entre las acciones de la banda y las realidades políticas de la región. A pesar de tener un historial de presentaciones en Israel, incluida la final de su gira A Moon Shaped Pool Tour en 2017 en Tel Aviv, la banda no solo ha rechazado el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), sino que también ha promulgado la noción de que actuar en un país no equivale a respaldar a su gobierno. Esta postura parece convenientemente selectiva, especialmente cuando se contrasta con las violaciones de derechos humanos que enfrentan los palestinos.
Los comentarios de Thom Yorke carecen de matices y no reconocen la dinámica de poder en juego. Su afirmación de que sus conciertos son meras actuaciones ignora el contexto en el que ocurren estos eventos y el potencial de su presencia para legitimar un régimen opresivo. Además, los vínculos del guitarrista Jonny Greenwood con la artista visual israelí Sharona Katan, que ha apoyado abiertamente las operaciones militares de Israel, añaden otra capa de complejidad que plantea cuestiones éticas sobre la integridad de la banda.
La reacción de figuras influyentes, incluido el cineasta Ken Loach, así como de defensores de los derechos humanos y fans, apunta a un creciente descontento con la complicidad percibida de Radiohead en la normalización cultural de las políticas de Israel. Al negarse a atender los llamados a la solidaridad con los palestinos, Radiohead no solo corre el riesgo de alienar a una parte significativa de su base de fans, sino que también perpetúa las mismas injusticias que dicen no respaldar. La intersección de la música y la política es complicada, y la relación continua de la banda con Israel subraya la necesidad crítica de que los artistas naveguen por estas aguas con un mayor sentido de conciencia y responsabilidad.